Nace el maestro, por escogencia de sus padres, en el Hospital Gorca, en la zona del Canal de Panamá; ellos buscaban un mejor ambiente de asepsia y una mejor atención medica.
Grau, transcurre su niñez y su adolescencia en Cartagena de Indias, ciudad a orillas del mar Caribe, llena de luces y leyendas. Mi hermano creció en el hogar de Don Enrique Grau Vélez y Doña Carmen Araujo Jiménez, con cinco hermanas y un hermano. Cuando tenía seis años de edad, la familia se trasladó a Bogotá y de niño viajó con frecuencia por el río Magdalena, en el ferrocarril de la ruta Calamar – Cartagena.
Enrique Grau Araujo, nació artista, se podría decir, que cuando vino al mundo, llegó con los pinceles dentro de los pañales.
Nuestra abuela materna, llamada cariñosamente Mamacita Concha, ayudó mucho a la formación de su cultura, por el ambiente que la rodeaba, al lado de semejante Matrona de Cartagena; ella incursionaba con éxito en la pintura, en la escultura, en el periodismo y como escritora con el seudónimo de Mery Feith. Concepción Jiménez de Araujo fue mecenas del gran pintor y retratista Epitafio Garay mientras vivió en Cartagena y en su residencia en el recinto amurallado, efectuaba reuniones semanales por la alta sociedad de Cartagena; en donde Enrique de niño, nutrió su sensibilidad para las artes.
Grau, no necesito de maestros o profesores, sus aptitudes como artista se desarrollaron espontáneamente en ese ambiente que vivió en su juventud y estimulado por una ilustre vecina, adelantada para su época (vestía como gitana y su cabellera era roja intensa), Doña Carmelita O’byrne de Gómez Pombo, en cuya casa, Enrique transcurría largas horas, leyendo los clásicos y copiando obras maestras que venían en las revistas cubanas, “Bohemia” y “Para ti”
Nuestro padre Enrique Grau Vélez, nunca estuvo de acuerdo con la profesión que visualizaba en su hijo y a él, poca gracia le hacía que Enrique en su adolescencia malgastara su tiempo en paletas y pinceles.
Mientras tanto, Grau pintaba el mundo que lo rodeaba, las muchachas del servicio; a sus amigas, las estrellas de cine, a sus hermanas, sus sobrinos y a si mismos en diferentes ocasiones.
La fuerza de su pintura siempre fue el dibujo, sus trazos en el papel o en el lienzo mostraban una total seguridad en el pulso, porque la línea que trazaba era clara definida y permanente; a pesar de que su vida transcurrió en una constante bohemia, este pulso lo acompañó durante, toda su carrera de pintor.