He sido escenógrafo, guionista y director de cine, pero, ante todo y básicamente soy pintor, y todo lo que hago es en función de mi pintura.
Todas mis otras actividades las considero de prolongación de mi mundo pictórico.
Hay quienes ven en mi pintura un tono de crítica social mientras otras gentes ven en ella un homenaje a la burguesía.
Cada quien ve en ella lo que quiere ver y le busca interpretaciones acomodadas a su propio criterio.
En realidad, mi pintura es como es para no ser obvia. Por ello, quizá, se presta a tan distintas apreciaciones.
La aparente ambigüedad de mi pintura no es buscada, es intrínseca.
Además, aparte de sus propios valores de pintura, todo cuadro debe tener su misterio, no debe entregarse a primera vista.
Cuando me piden que explique mis cuadros, no lo hago.
Explicarlos sería develar el misterio.
Aparentemente, mis cuadros son amables, pero en el fondo no lo son.
No trato de hacer pintura social, ni rendir pleitesía a lo burgués.
El mundo de mi pintura es contradictorio, sin que yo me lo proponga.
Hay quienes dicen que mi pintura no cambia.
No es cierto.
Mi pintura evoluciona en técnicas y en el acercamiento a los fenómenos pictóricos.
Así, al ver juntos cuadros pintados con 4 años de diferencia uno del otro, se aprecian los cambios ocurridos en mi pintura.
Inclusive en la temática. Hasta podrían dividirse por series: la de las duquesas, la de los gatos, la de las jaulas vacías, etc.
Igual cosas sucede con la gama de los colores empleados; los que usaba hace dos años son distintos, por ejemplo, a los que uso hoy.
Enrique Grau Araujo.
Fuente: La Opinión, Cúcuta, 2004.